La implementación de programas de salud mental en la atención primaria de salud en América Latina continúa siendo insuficiente y desigual, según los hallazgos de una investigación reciente publicada en The Lancet Regional Health – Americas. El estudio, liderado por la Dra. Alejandra Paniagua Ávila, médica guatemalteca y especialista en salud pública, advierte que la región ha avanzado poco en responder a una de las recomendaciones clave de la Organización Mundial de la Salud (OMS): integrar la salud mental en el primer nivel de atención, especialmente en contextos con escasez de especialistas.
“En resumen, estos resultados muestran que seis países en la región han desarrollado y publicado programas integrados de salud mental, pero en su mayoría están implementados para depresión y a escalas pequeñas, controlados por investigadores”, señaló la Dra. Paniagua Ávila, actual investigadora posdoctoral en epidemiología psiquiátrica de la Universidad de Columbia para Medscape.
El análisis identificó que, pese a algunas iniciativas en Colombia, Chile, México, Brasil, Belice y Perú, los programas existentes carecen de escalabilidad y sostenibilidad estructural. Además, prevalece la ausencia de participación comunitaria y una fuerte dependencia de esquemas financiados de forma limitada.
La salud mental como deuda histórica en la región
En un contexto donde enfermedades como la depresión, la ansiedad y el trastorno por estrés postraumático (TEPT) tienen alta prevalencia y carga de enfermedad, la investigación halló que solo 33 estudios de un total inicial de 2.877 registros analizados entre 2000 y 2023 cumplían con los criterios de inclusión para evaluar programas reales de integración en atención primaria.
Uno de los aspectos críticos identificados es la infraestructura limitada y la falta de reformas estructurales en los sistemas de salud, lo que perpetúa modelos asistenciales centrados en hospitales psiquiátricos. “Latinoamérica es la región que menos invierte en salud mental pública”, advirtió la Dra. Paniagua Ávila. En promedio, solo entre 2 % y 3 % del presupuesto de salud pública se destina a esta área, y la mayor parte se canaliza a instituciones de internamiento.

Un modelo todavía hospitalocéntrico
Pese a los esfuerzos de la OMS y la OPS por impulsar una salud mental comunitaria y preventiva, los sistemas sanitarios latinoamericanos siguen centrados en la atención psiquiátrica institucionalizada. “Existe una gran deuda con la salud mental de la población”, enfatizó Paniagua Ávila, al señalar que los recursos actuales no solo son escasos, sino que están mal distribuidos.
El Dr. Juan Manuel Quijada Gaytán, excomisionado nacional de salud mental y adicciones de México, complementó esta visión al destacar que “la brecha de tratamiento para enfermedades mentales comunes como la depresión y la ansiedad alcanza el 74,7 % en la región”. Esta cifra significa que tres de cada cuatro personas con estas afecciones no reciben atención adecuada.
Modelos implementados: experiencias a pequeña escala
Entre los programas revisados, predominó el uso de intervenciones colaborativas, en su mayoría centradas en la psicoterapia individual para el tratamiento de la depresión. Algunas experiencias sumaron la prescripción de psicofármacos o el desarrollo de metodologías grupales, pero muy pocos integraron componentes comunitarios sostenibles o abordaron el trastorno por estrés postraumático de forma integral.
A nivel operativo, la integración se realizó en equipos multidisciplinarios, pero sin un enfoque sistémico ni estrategias nacionales claras. En muchos casos, los programas eran iniciativas académicas o piloto sin continuidad más allá de los proyectos de investigación.
¿Qué falta para avanzar? Propuestas desde la evidencia
La investigación apunta a tres ejes esenciales para superar el rezago:
- Inversión estructural y sostenible en salud mental, con un enfoque en la atención primaria y no en hospitales especializados.
- Formación y capacitación de personal médico general, que permita detectar precozmente y manejar padecimientos mentales comunes desde el primer nivel de atención.
- Participación comunitaria y reducción del estigma, que permita abordar la salud mental como parte del bienestar general y no como un problema aislado de especialistas.
Hacia una salud mental integrada
Desde una perspectiva de salud pública, el enfoque preventivo e integral de la salud mental no solo es viable, sino necesario. “La salud mental no es un tema secundario: afecta directamente la salud física, la adherencia a distintos tratamientos y la calidad de vida de las y los pacientes y sus familias”, destacó el Dr. Quijada Gaytán.
Ambos especialistas coinciden en que, para lograr una verdadera integración, se debe entender que “no hay salud sin salud mental”, y que el primer nivel de atención —el más cercano a la comunidad— debe ser el punto de partida.
La región enfrenta una oportunidad crucial: transformar su paradigma de atención y cerrar una brecha histórica que ha marginado la salud mental de las prioridades de los sistemas sanitarios. Para ello, se necesita más que discursos: se requiere compromiso político, inversión sostenida y voluntad técnica para rediseñar los modelos de atención desde la base.